
El espectacular estrecho de Bolvonegro es un desfiladero rocoso en el que se encajona el río Moratalla, habitado por mirlos acuáticos, nutrias y galápagos leprosos.
Las llanuras cerealistas, ahora con casi todos los campos recién labrados y con pocos terrenos cubiertos por sus doradas espigas, ocultan a la mirada un espectacular rincón, al noreste de la localidad de Moratalla, de una impactante belleza y poco conocido para la mayoría de los habitantes de la Región. Es el estrecho de Bolvonegro, un espectacular aunque pequeño desfiladero en el que se encajona el río Moratalla nada más formarse (tras la unión de los ríos Benámor y Alhárabe) y antes de caer a plomo sobre una llanura formada por el descenso brusco del terreno, a la altura del Molino del Bolvonegro.
Lugar habitado desde tiempos remotos por los humanos, este rincón destaca por su valor geológico (la ruta discurrirá por lo que hace millones de años fue el fondo marino y se pueden apreciar curiosas formaciones geológicas), pero también por ser una zona rica en valores naturales y por la fauna que alberga.
A primera vista, con el Cerro de Moratalla la Vieja al frente, nada hace presagiar lo maravilloso del paraje que se oculta en el invisible valle por el que se ha abierto paso el río Moratalla, horadando la tierra y dejando a la vista los restos del fondo marino fosilizado por el paso de los cientos de siglos. Junto al Camino del Almizrán, comienza el paseo. Un camino de servicio (ahora recién roturado) es el que debe seguir para acercarse hasta el río. Si no lo ve claro, siga -en la dirección que llegó- el itinerario de los postes eléctricos de madera, para volver a encontrar claro el camino.
Tras una curva pronunciada a la izquierda, se encontrará de frente el cerro del Molinico, al otro lado del río Benamor. Una tejonera anuncia que los ejemplares de esta especie son unos de los mamíferos que habitan la zona, junto a los zorros (sus excrementos lo delatan) y la nutria, de la que los naturistas están hartos de ver huellas. Además, este año han descubierto que la pareja de mirlos acuáticos que llevaba tres años frecuentando la zona, la ha escogido como lugar de cría después de 30 años sin estar presente. Estas aves, junto a la nutria y los galápagos leprosos, son especies que sirven de bioindicadores de la alta calidad del agua y el ecosistema que habitan.
Este primer tramo del Benamor, que delimita el cerro, ofrece la visión de una primera cascada rodeada de olmos y vegetación de ribera. Si asciende su curso encontrará otra mayor. En ese momento ya se puede sentir transportado a otro mundo, con un poco de imaginación, los bloques rectangulares que se han formado al fracturarse las calizas parecen llevarte al entorno del templo del Rey Louie en ‘El Libro de la Selva’. Unos metros más arriba, se pueden ver icnitas, fósiles con millones de años de los habitantes de los fondos marinos, en concreto un fósil de ‘phalaediyction’ -gusanos marinos- bastante extraño de encontrar. Nos acompañan en este recorrido el moratallero Salvador Ludeña y la naturalista y especialista en pájaros Cristina Sobrado, moratallera de adopción y una enciclopedia viviente, que nos recomienda ir con el oído atento y en silencio, y enseguida señala que el que canta ahora es un ruiseñor.
Hay que cruzar el río Benamor, por detrás de la cascada, y continuar en la dirección del curso del agua por el camino, que, cuando se bifurca, debe tomar el de la derecha, en sentido descendente. Más adelante, a la derecha deja la subida al cerro del Molinico, al que se puede acceder para observar los restos arqueológicos (estuvo poblado desde 6.000 años a.C hasta el siglo IV a.C. con los íberos), teniendo cuidado de no pisar los lienzos de muros que quedan en pie, ni de llevarse nada en los bolsillos.
Si decide continuar, el camino le llevará hasta el Molino de la Traviesa, situado junto al río Alhárabe. De camino, una langosta enorme -parece un pájaro- salta de entre una retama. También debe cruzar el Alhárabe y fijarse en el majestuoso porte de los olmos que lo custodian, aunque algunos pasan un mal momento afectados por la grafiosis.
Un chochín canta a nuestro lado y los caballitos del diablo y las libélulas escoltan nuestra comitiva, que entra de lleno en la selva del Rey Louie. Aquí la vegetación no es arbórea, son raros los olmos o pinos que crecen junto al cauce, pero el sotobosque de baladres, retamas, zarzamoras, zarzaparrillas, juncos, espartos, cañas, carrizos o tarays es tan abundante que en muchos tramos se escucha con claridad el cantarín soniquete del agua, pero no se ve su discurrir.
Tras unirse el Benámor y el Alhárabe, el río Moratalla (hijo de este matrimonio hídrico) se encajona entre paredes de roca. Cuenta Cristina Sobrado que el agua ha dejado al descubierto el fondo marino de hace millones de años (del Mioceno) y nos va explicando los diferentes accidentes geológicos. Aquí se ven los ripples -huellas de olas durante mareas tranquilas que la fosilización del terreno ha conservado hasta ahora-, que durante el recorrido dan la impresión de estar caminando sobre lomos de enormes y redondeados elefantes; más allá, los hummocky, fruto de grandes tormentas o mareas que también se han petrificado y que ondulan bruscamente el terreno; en otro rincón, los volcanes de lodo permiten fácilmente imaginar un fondo marino hirviente; más adelante, los restos de una zona que estuvo poblada por corales; incluso lo que parece una costilla de ballena fosilizada hace una eternidad.
Marchen en silencio y verán a la garza real y su vuelo majestuoso; junto a las magníficas pozas y tomando el sol sobre la orilla rocosa, los galápagos leprosos aprovechan tranquilamente la mañana hasta que perciben nuestra presencia y se lanzan veloces al agua; un águila culebrera planea sobre nuestras cabezas en busca de alguna presa; y un ejemplar adulto de lavandera cascadeña llama nuestra atención para librar a sus polluelos del predador. Antes de finalizar el recorrido y volver por el mismo sitio -siempre lo más pegados al cauce del río que les permita la vegetación-, deberán cruzar de nuevo el río (háganlo por el lugar donde el desfiladero es más estrecho y profundo, apenas hay medio metro entre ambas orillas) para llegar al Molino del Bolvonegro, junto al impresionante cortado.
Búhos reales, aguililla calzada, gavilanes, azores o alcotanes cazan por la zona, al igual que la habitan el ánade real, el martín pescador el ruiseñor común y el bastardo, las pollas de agua, la llamativa oropéndola, el mirlo común, la cogujada montesina, los jilgueros y los gorriones chillones, que se ocultan y juguetean entre las paredes del estrecho. Esta zona, en la que conviven los ecosistemas esteparios de los campos cerealistas y los de río, la biodiversidad es enorme.
No obstante, aunque no tenga ni idea de aves, ni sepa distinguir una caña de un junco, disfrutar de las olas de piedra de este excepcional rincón natural es motivo suficiente para abordar este paseo.
· Excursión guiada: Turismo de Moratalla ha programado la ruta para el 3 de julio. Información y reservas: 968 730208.
* Artículo escrito por Pepa García y fotografiado por Guillermo Carrión. Periódico La Verdad (http://www.laverdad.es). Estrecho del Bolvonegro en Moratalla (Murcia). Publicado el Viernes, 17 de Junio de 2011.
TURISMO MORATALLA: http://www.turismomoratalla.info