En la noche del 7 al 8 de diciembre, Moratalla volverá a iluminarse con una tradición que recorre cada plaza de sus angostas calles. Son los “Castillos de La Purísima”, hogueras y fuegos ancestrales que marcan el carácter inmemorial de nuestra cultura.
Originalmente, el ritual de encender hogueras como símbolo de regocijo y celebración es antiquísimo. Podría remontarse en el tiempo al descubrimiento del fuego por parte del hombre.
Como manda la tradición, los jóvenes del pueblo saltan las diferentes hogueras al grito de “¡Viva la Purísima!”, ya que las diferentes hogueras representan la pureza de la Virgen y los mozos al saltarlas purifican su alma.
Según los orígenes paganos de esta tradición, la celebración de la misma se basa en los solsticios. Antes de cristianizarse esta fiesta, los pueblos de Europa encendían hogueras en sus campos para ayudar al Sol en un acto simbólico con la finalidad de que «no perdiera fuerzas». En su consciencia interna sabían que el fuego destruye lo malo y lo dañino. Posteriormente, el hombre seguía destruyendo los hechizos con fuego.
Uno de los antecedentes que se puede buscar a esta festividad es la celebración celta del Beltaine, que se realizaba el primero de mayo. El nombre significaba «fuego de Bel» o «bello fuego» y era un festival anual en honor al dios Belenos. Durante el Beltaine se encendían hogueras que eran coronadas por los más arriesgados con largas pértigas. Después los druidas hacían pasar el ganado entre las llamas para purificarlo y defenderlo contra las enfermedades. A la vez, rogaban a los dioses que el año fuera fructífero y no dudaban en sacrificar algún animal para que sus plegarias fueran mejor atendidas.
Otra de las raíces de tan singular noche hay que buscarla en las fiestas griegas dedicadas al dios Apolo, que se celebraban en el solsticio de verano encendiendo grandes hogueras de carácter purificador. Los romanos, por su parte, dedicaron a la diosa de la guerra Minerva unas fiestas con fuegos y tenían la costumbre de saltar tres veces sobre las llamas.
Entre los bereberes de África del norte (Marruecos y Argelia) se encienden el 24 de junio durante la fiesta llamada ansara, hogueras que producen un denso humo considerado protector de los campos cultivados. A través del fuego se hacen pasar entonces los objetos y utensilios más importantes del hogar. Los bereberes las encienden en patios, caminos, campos y encrucijadas y queman plantas aromáticas (tradición que se sigue celebrando, por ejemplo, en Ayna, Albacete, el día del bolo en Santa Lucía con la quema de ramitas de romero). Prácticamente ahuman todo, incluso los huertos y las mieses. Saltan siete veces sobre las brasas, pasean las ramas encendidas por el interior de las casas y hasta las acercan a los enfermos para purificar e inmunizar el entorno de todos los males.
La Etnografía puede ilustrarnos sobre la significación de estos ritos solares, lunares y astrales anteriores al cristianismo. Desde los comienzos de la civilización el hombre siente la necesidad de creer en seres superiores que expliquen los fenómenos incomprensibles para ellos. El respeto y la adoración al dios Sol de los pueblos primitivos como símbolo de vida (uno de los muchos ejemplos lo tenemos en las pinturas rupestres de estilo esquemático de Calar de la Santa) es bien conocido y simple de entender, debido a que el sol sale cada mañana trayendo visión, calor y seguridad, salvando al hombre del frío y del miedo atávico a la oscuridad de la noche.
Sin él las culturas entendieron que los sembrados no crecerían y la vida en el planeta no sobreviviría.
El culto al sol va unido a los ritos de la luz, al fuego, basado en el pensamiento de que la tierra no iba a estar iluminada nunca más. Este fenómeno se produce anualmente en el solsticio de invierno, que sucede durante el período de tiempo que transcurre entre el día más corto del año, y el equinoccio de la primavera en que la duración del día y la noche se igualan. De ahí la importancia de la luz y del fuego en su ausencia.
En el cristianismo, el motivo principal de la celebración gira en torno a la Natividad de Jesucristo. De modo que las fechas se suceden con una serie de festividades unidas todas ellas a todos esos ritos relacionados con el sol, la luz y la llegada del Mesías.
• 4 de diciembre: Santa Bárbara, (patrona de poblaciones como Benizar en Moratalla o Archivel en Caravaca de la Cruz, en cuyo honor en estas fechas se celebran sus fiestas). Patrona de las tormentas porque después de sufrir varios martirios por convertirse al catolicismo, su propio padre es quien la decapitó en la cima de una montaña, tras lo cual un rayo los alcanzó, dándole muerte también a él.
• 8 de diciembre. La Inmaculada Concepción. María, madre de Jesús, fue preservada de todo pecado desde su concepción, y permaneció virgen antes, durante y después del parto.
• 12 de diciembre Santa Lucía. Etimológicamente proviene de la palabra latina“Lux” que significa «la que lleva luz» o «camino de luz». Es la abogada celeste para las enfermedades de la vista. En la Edad Media se invocaba a la santa contra las enfermedades de los ojos. Ella es el símbolo de la luz y la que marca la vuelta de los días más luminosos. Se celebra en municipios vecinos como Férez, San Pedro, Nerpio, Molinicos, Elche de la Sierra y Ayna.
• 24-25 diciembre. Navidad. Como acontece en muchas de las fiestas características de tránsito en el calendario anual y significadamente en las solsticiales, no se puede separar la víspera de la fiesta en si, pues es el paso de una a otra el momento simbólicamente más importante, cuando nace el Mesías, el Salvador, o el sol, por eso iconográficamente se le representa con el nimbo, porque él también vendrá nuevamente cada mañana con su corona de espinas o rayos solares.
Para el cristianismo, la fiesta de la Pureza de la Inmaculada Concepción tiene sus raíces en la tradición cultural de los pueblos de España. Esta veneración está fuertemente arraigada en la Comunidad Autónoma de Castilla La Mancha desde la época del Imperio Romano. Continuó su devoción en tiempos de la dominación visigótica y durante la musulmana la preservaron los mozárabes.
Fragmento de “El culto a la Inmaculada Concepción: las hogueras, el fuego” de Teresa Díaz Díaz.

Diplomado y Graduado en Turismo por la Facultad de CC. Económicas y Empresariales de la UNED, donde también finalizo estudios del Grado en Administración y Dirección de Empresas. Experto Universitario en Turismo y Marketing. Máster y Executive Master en Banca y Finanzas. Máster Universitario en Formación del Profesorado: especialidad en economía y empresa. Profesor, formador, consultor y guía oficial de turismo con más de 15 años de experiencia.